Joachim Kroll nació en Hindenburg, Alemania. Sólo fue tres años a la escuela y nunca aprendió a leer ni a escribir. Su madre, que era viuda, falleció cuando él era un adolescente. A raíz de su muerte, sus cinco hermanos y hermanas fueron separados y, con el tiempo, perdieron el contacto con Joachim. | |
Años después, Joachim reveló que había envuelto la carne en un papel y luego se la había comido en la cena. Desgraciadamente, un tal Heinrich Ott fue arrestado y acusado del asesinato de Klara. A la espera del juicio, Ott sufrió una depresión aguda y se ahorcó. En 1962, Joachim volvió a actuar. Su primera víctima fue Petra Giese, de 13 años. Dos meses después, mató a Monika Tafel, de 12 años. Ambas, originarias de la región de Bruckhausen, habían sido asesinadas por estrangulamiento, y después violadas. De nuevo, se encontraron signos de canibalismo. Dos hombres inocentes fueron arrestados, declarados culpables y encarcelados por estos asesinatos. Vinzenz Kuehn, un conocido pederasta, pasó seis años en prisión por el asesinato de Petra Giese. Walter Quicker, un hombre que amaba a los niños, pero que nunca había tocado a uno solo, fue declarado sospechoso del asesinato de Monika Tafel. Como no había ninguna prueba en su contra, fue liberado. La mujer de este hombre totalmente inocente se divorció de él por el incidente. Sus amigos y conocidos le hicieron el vacío. Unos meses después del asesinato, se colgó en el mismo bosque donde se había encontrado el cadáver de Monika Tafel. |
Marion, quien entendió lo que estaba pasando rápidamente, se pasó al asiento del conductor y puso el vehículo en marcha. Joachim logró apartarse de un salto en el último momento. Corrió hacia los matorrales y desapareció, en medio de la noche. Marion colocó una horquilla debajo de la corneta para que esta no parara de sonar, esperando así llamar la atención. Entre tanto, detuvo el vehículo y corrió al lado de Hermann. No había nada que pudiera hacer. Estaba muerto.
En septiembre de 1966, Joachim asesinó y violó a Ursula Rohling, de 20 años. Inmediatamente se sospechó de su novio, Adolf Schickel, la última persona vista en su compañía. Aunque fue arrestado, después lo dejaron en libertad. Adolf tuvo que hacer frente a las burlas de sus amigos y vecinos, que estaban totalmente convencidos de su culpabilidad. Cuatro meses después de recuperar su libertad, se llenó los bolsillos con piedras y se ahogó en un río cercano.
Joachim siguió asesinando. En Bredeney, engañó a una niña de cinco años, Ilona, consiguiendo que se subiera a un tren. Al cabo de veinte millas, ambos bajaron del tren. Joachim la estranguló y violó, y luego se llevó partes de su cadáver.
A este hombre enloquecido no le importaba la edad de sus víctimas. Llamó a una puerta elegida al azar. Cuando Maria Hettgen, de 61 años, abrió, murió a puñaladas. Poco después, Jutta Rahn, de 13 años, corrió la misma suerte. Se sospechó que un hombre llamado Peter Schay, sobre el que la policía estaba investigando, era el asesino, principalmente porque tenía el mismo grupo sanguíneo que el asesino.
No obstante, como no había pruebas de que hubiera participado en el asesinato, se le dejó libre. Durante varios años, los amigos y vecinos de este hombre inocente le hicieron el vacío, hasta que Joachim confesó haber asesinado a Jutta.
En 1976, a Oscar Muller, de Laar, Alemania Occidental, su vecino de la puerta de al lado le dijo que el inodoro de su piso estaba atascado. Oscar fue a verlo con la idea de arreglarlo. Se quedó horrorizado al darse cuenta de que en el inodoro flotaban diminutos trozos humanos. Salió del edificio y rápidamente encontró a un agente de policía. En el barrio había varios policías porque esa misma mañana había desaparecido de un parque cercano Monika Kettner, una niña de cuatro años. Un agente acompañó a Oscar, echó un vistazo al inodoro y llamó a sus superiores.
Un grupo de detectives fue a ver a uno de los vecinos de Oscar, Joachim Kroll, para registrar su piso. En su frigorífico encontraron trozos de carne de la niña desaparecida. En el congelador, descubrieron más trozos de carne humana bien empaquetados. El asesino era consciente de que sus 21 años de asesinatos iban a concluir. Confesó todos los asesinatos que recordaba, pero admitió que había muchos otros de los que no se acordaba. La policía cree que no pasó un solo año en que no se cobrara una víctima, aunque no se acordara de todas ellas.
Mientras contaba con todo lujo de detalles los crímenes de los que se acordaba, Joachim contó con toda tranquilidad como conoció a Gabriele Puettmann en un banco de un parque. Tenía la intención de matarla y violarla pero cuando le enseñó fotos pornográficas, Gabriele saltó y se fue corriendo.
Gabriele nunca le habló a sus padres del incidente pero cuando, once años después, fue nombrada en la confesión de Joachim, se dio cuenta de lo afortunada que había sido al lograr escapar de las garras de uno de los caníbales más conocidos de Alemania.
Como en Alemania Occidental no existía la pena capital, la máxima pena a la que pudo ser condenado Joachim Kroll fue cadena perpetua.
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