Varón de mediana edad, casado y que trabaja como técnico especialista. Consultó por un cuadro de depresión mayor sin síntomas psicóticos (F32.2 del DSM-IV) (21), en el que predominaba una gran inhibición psicomotriz e intensos autorreproches. El factor desencadenante fue una frustración laboral al ser repudiado por el cliente para el que trabajaba desde hacía varios años.
En las primeras entrevistas, aparte de su inhibición marcada, mostraba gran dificultad para expresar emociones, alternando los reproches hacia sí mismo con momentos de llanto que se siguen de tensos silencios. Su capacidad cognitiva global estaba alterada, con graves déficits de atención y memoria, y momentos de inquietud psicomotriz. No refería antecedentes somáticos ni psiquiátricos de interés, personales ni familiares. De su personalidad previa su mujer destacó un enorme nivel de exigencia y un gran rigor moral hacia sí mismo y los demás.
Su historia vital estaba monopolizada por su padre, de quien afirmaba: “Es una persona admirable, honesto, trabajador... inflexible con sus ideas que no variaban con el tiempo y sabiendo siempre asumir sus responsabilidades”. Ofrecía ejemplos de la extrema rigidez y exigencia de la conducta paterna, sin expresar el más mínimo asomo de crítica, fruto de una idealización absoluta en la que asumía como culpa propia el no responder a sus expectativas (exigencia desmedida de éxito, humillándole después al no conseguirlo; duros e inflexibles castigos por infringir las normas, etc.).
Afirmaba que tras su muerte 6 años antes “empezó todo, desde que murió me he ido apagando y he perdido la estabilidad psicológica”. De su madre y hermanos los comentarios fueron reducidos y muy vagos, señalando una relación distante, de poco cariño, y reprochándoles un maltrato hacia su padre.
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