Harold Frederick Shipman nació en Bestwood, condado de Nottingham el 14 de enero de 1946, fue criado en el seno de una familia de clase obrera y tuvo una infancia relativamente normal. Debido a la influencia de su madre, Vera, siempre mantuvo cierta distancia con la gente del barrio, de hecho, se dice que fue el preferido de su madre quien le veía como el más promisorio de sus hijos.
Su buen desempeño durante la educación básica le gana un sitio en la High Pavement Grammar School, en donde se convierte en un estudiante mas bien mediocre y solitario. En el verano de 1963, a los 17 años, pasa muchas horas junto a su madre quién está muriendo de cáncer pulmonar, una y otra vez atestigua como le es inyectada morfina para calmar los dolores provocados por la enfermedad.
De acuerdo a la hipótesis de Richard Badcock, siquiatra convocado por la juez Janet Smith, ese sentimiento de impotencia y vulnerabilidad habría desencadenado más tarde en Shipman la voluntad de tener el poder absoluto en relación al proceso de la vida y la muerte
A la muerte de su madre llevo una cinta negra alrededor del brazo durante varios días, pero nunca desahogo su pesar. Retoma con tesón implacable sus estudios y no obstante ser rechazado dos veces, a los 19 años comienza su carrera médica en la Universidad de Leeds.
Durante su primer año en Leeds conoce a Primrose Oxtoby, una decoradora de escaparates de 16 años de edad. Al cabo de algunos meses de relación ella queda embarazada y contraen matrimonio tres meses antes de que nazca su primera hija, Sarah. Mas adelante tendrían otros tres hijos.
En marzo de 1974 empezó a ejercer en un consultorio de Todmorden, Yorkshire. Era taciturno y reservado, pero parecía tener un conocimiento medico enciclopédico y derrochaba energía. Fue entonces cuando comenzó a sufrir desmayos. Shipman dijo que padecía epilepsia, pero la verdadera razón era que se había vuelto adicto a la un narcótico llamado petidina. Fue descubierto accidentalmente y fue despedido del consultorio pero el Consejo Medico General lo dejo seguir ejerciendo a condición de que lo supervisara un psiquiatra. Un juez lo multo con 600 libras.
En 1979, Shipman solicitó un puesto en el Centro Medico Donneybrook, en Hyde. Fue sincero respecto a su anterior adicción a la petidina y aseguro a quienes lo entrevistaron que había superado del todo sus problemas y pidió que confiaran en él. Pronto le reconocieron no solo como un buen medico sino quizá como el mejor de Hyde.
En 1992, 14 años después, Shipman toma por fin la decisión de instalar un consultorio propio. La separación no fue grata para sus socios de Donneybrook. Aprovechándose de una falla en su contrato abre el consultorio en Market Street, cerca del hospital, y se lleva consigo a sus 2,300 pacientes.
Con su barba cana y aires de indefenso intelectual, buen padre de familia y esposo ejemplar, Harold se ganaba la confianza de sus pacientes quienes le consideraban como un doctor amable, hogareño y cariñoso, siempre preocupado por su salud. Era un miembro respetado de la sociedad de Hyde, residencia principalmente de personas mayores y trabajadores que solo van allí a dormir. A nadie extrañaba que el buen doctor visitara en su domicilio a algunos de sus pacientes para ahorrarles el viaje hasta su consultorio.
El miércoles 24 de junio de 1998 una de estas visitas domiciliarias marcaría el inicio de una serie de sucesos que conmoverían a la opinión pública inglesa y de todo el mundo y llevarían a descubrir la otra cara del Dr. Shipman, la del "Doctor Muerte".
Aquella mañana a las ocho, Harold Shipman fue recibido por la Sra. Kathleen Grundy de 81 años en su domicilio de Joel 79, apenas a tres kilómetros del consultorio de éste en la calle Market. Nada extraño había en ello, Kathleen había sido su paciente durante los últimos 20 años. Tras auscultarla procedió a ponerle una inyección y unos minutos después el Dr. abandonaba la casa para ir a su consultorio. Ese mismo día, algunas horas más tarde, se recibiría en Hamilton Ward & Co., un bufete de abogados también de la calle Market, una carta con dirección de remitente de Kathleen Grundy .
Angela Woodruff, hija de Kathleen, abogada de un despacho de Warwickshire a 130 kilómetros de Hyde, no podía comprender como era que su madre había muerto, apenas algunas semanas antes había estado de visita con ella y se veía bien de salud y animosa. El Dr. Shipman trató de consolarla diciéndole que no había nada de extraño, muchas muertes por edad avanzada sucedían así, sin previo aviso, de hecho no sería necesaria una autopsia. La Sra. Grundy fue enterrada en el cementerio de Hyde el 1 de julio.
Dos semanas más tarde, Angela recibió una llamada telefónica de Hamilton Ward & Co. Le dijeron que habían recibido un testamento a nombre de la señora Kathleen Grundy, en la cual legaba la totalidad de sus bienes, valuados en 386 mil libras esterlinas, al doctor Harold Shipman. En el bufete estaban confundidos porque nunca habían representado legalmente a la anciana. Para Angela el desconcierto fue mayor, ya que ella había sido siempre la representante legal de su madre. Cuando le enviaron por fax una copia del testamente se llevo otra sorpresa. El texto era escueto y frío, escrito al descuido con una maquina defectuosa, lo cual habría escandalizado a la señora, que era muy meticulosa. Angela conocía bien la firma de su madre, y esa le pareció demasiado grande. Convencida de que el testamento era una burda falsificación, discutió el asunto con su esposo Phil, profesor de física en la universidad de Warwick, el cual se pregunto si alguien intentaba desacreditar al doctor Shipman.
Angela decidió hacer su propia investigación antes de hacer algo, se entrevistó con los testigos que validaban el documento y descubrió con sorpresa que ambos apuntaban al Dr. Shipman. Tras consultarlo con uno de sus socios, un hombre versado en derecho penal decidió acudir a la policía.
El jefe de investigadores Bernard Postles de 45 años, de la policía de Stalybridge, tomó conocimiento del caso, él y sus hombres descubrieron que no era la primera vez que el doctor Shipman estaba bajo sospecha.
Debbie Bambroffe quién trabajaba en la empresa funeraria de su familia también había reparado en algunas extrañas coincidencias sobre la muerte de algunos pacientes del Dr. Shipman y comentó sus sospechas con Susan Booth quién era socia del consultorio Brooke. En Inglaterra, antes de que se haga una cremación, un medico de otro consultorio debe examinar el cadáver y Brooke era quién normalmente avalaba las cremaciones solicitadas por Shipman.
En marzo de 1998, la doctora Linda Reynolds, una de las socias de Booth, fue a visitar al medico forense local John Pollard. Le contó la extraña sucesión de hechos del último año, y al final hizo hincapié en lo delicado de su situación. Pollard la comprendió y acudió a la policía de Manchester, pero pidió discreción absoluta. Entonces se abrió una investigación. Los agentes averiguaron que el doctor Shipman había firmado 19 certificados de defunción en los seis meses anteriores, mas tarde se enterarían de que la cifra real era 30, con todo, las autoridades de salud pública localizaron los registros médicos de solo 14 de las 19 defunciones, y contenían pocos datos sobre las circunstancias en que ocurrieron.
Postles examino una fotocopia del testamento de la señora Grundy y se percato de que en un recuadro se había indicado su voluntad de ser incinerada. Por suerte esta voluntad no había sido respetada y decidió exhumar el cadáver de la señora Grundy. A las dos de la mañana del sábado 1 de agosto fue exhumado el cadáver e inmediatamente enviado al servicio forense, la autopsia comenzó a las 8.30 de la mañana. Mientras tanto la policía se dedicó a averiguar cuanto fuera posible sobre Harold Shipman.
Hacia finales de agosto, Julie Evans, toxicóloga del laboratorio de Servicios Forenses de Chorley, Lancashire, comunicó a Postles que había encontrado en el cadáver de la Sra. Grundy niveles de morfina que indicaban una sobredosis. Shipman fue interrogado pero negó saber el porqué. El medico dijo que los detalles del caso estaban en su computadora, lo que no parecía saber era que la fecha y la hora exactas de sus anotaciones estaban registradas en el disco duro de su maquina. Y, mientras lo interrogaban, un grupo de especialistas de la policía estaba copiando ese disco. No tardaron en determinar que muchas de las anotaciones sobre la señora Grundy -hechas supuestamente durante las consultas en años anteriores- en realidad habían sido introducidas en la computadora el día de su muerte.
El 7 de septiembre de 1998, al acusar formalmente a Shipman por el asesinato de la Sra. Grundy y hacerse públicos los descubrimientos de la policía muchos familiares de pacientes fallecidos del Dr. Shipman comenzaron a mostrar sus dudas. Uno tras otro los casos fueron desgranándose y 11 exhumaciones y autopsias más las anotaciones falseadas en la computadora del Dr. fueron dibujando una imagen realmente terrorífica.
La sala Uno del Tribunal de Preston fue testigo, a partir del 5 de octubre de 1999, del juicio de Shipman. En total enfrentaba 15 cargos por homicidio y uno por falsificar el testamento de la señora Kathleen Grundy.
En su mayor parte, el testimonio de Shipman fue cuidadoso, jamás aceptó haber cometido los crímenes. Tras siete días de escuchar al fiscal presentar pruebas y oír el testimonio de mas de 120 testigos, el jurado aun tardo una semana en llegar al veredicto. El 31 de enero de 2000 declararon al acusado culpable de los 15 cargos de homicidio y de la falsificación del testamento.
El juez Forbes no escatimo palabras al dirigirse a él. "Usted asesino a todas y cada una de sus víctimas pervirtiendo sus habilidades medicas de manera calculada y a sangre fría -le dijo-. Casi tengo la certeza de que cada una de esas mujeres le sonrió y expreso su agradecimiento mientras las sometía a sus mortales tratamientos. No hay adjetivos para calificar la maldad de todo lo que usted a hecho".
La Universidad de Leicester ha hecho público un minucioso informe que ahonda en los historiales clínicos tratados por Harold Shipman en su carrera como facultativo y su conclusión es escalofriante: probablemente más de 297 de sus pacientes no murieron por causas naturales. Los investigadores, médicos y jueces que han tomado parte del caso del "Dr. Muerte" han descartado la eutanasia o el lucro como móviles de sus horrendos crímenes. El porqué de sus actos es un secreto que se llevó a la tumba.
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