Si me permiten parafrasear la Insoportable Levedad del Ser
La historia de Edipo es conocida: un pastor lo encontró abandonado cuando era un niño de pecho, se lo llevó a su rey Pólibo y éste lo educó. Cuando Edipo era ya adolescente, se cruzó en un camino de montaña con una carroza en la que iba un dignatario desconocido. Surgió una disputa, Edipo mató al dignatario. Más tarde se convirtió en esposo de la reina Yocasta y en señor de Tebas. No sospechaba que el hombre a quien había matado en las montañas era su padre y que la mujer con la que dormía era su madre. Mientras tanto, la desgracia se cebó en sus súbditos y los castigaba con enfermedades. Cuando Edipo comprendió que él mismo era el culpable de sus padecimientos, se hirió los ojos con dos broches y, ciego, abandonó Tebas.
A los que creen que los psicoanalistas son exclusivamente criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon esta ciencia criminal no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al paraíso. A este camino lo defendieron valerosamente y para ello le arruinaron la vida a mucha gente (Emma Eckstein). Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía paraíso alguno, de modo que los entusiastas resultaron ser fraudes.
En aquel momento todos empezaron a gritarles a los psicoanalistas: ¡Ustedes son los responsables de nuestras desgracias (desperdiciaron su vida en años de psicoanálisis), del retraso de las ciencias psicológicas (se habían convertido en pseudociencias), de las "memorias recuperadas" que le arruinaron la vida a tantas personas!
Los acusados respondían: ¡No sabíamos! ¡Hemos sido engañados! ¡Creíamos de buena fe! ¡En lo más profundo de nuestra alma, somos inocentes! ¡Sólo queríamos superarnos al estudiar psicoanálisis!
La polémica se redujo por lo tanto a la siguiente cuestión: ¿En verdad no sabían? ¿O sólo aparentaban no saber?
Seguía atentamente esta polémica y opinaba que había psicoanalistas que no eran del todo inocentes (inevitablemente tenían que haber sabido algo de los horrores que habían ocurrido y no cesaban de ocurrir cuando, por ejemplo, trataban a alguien por autismo). Sin embargo, es probable que la mayoría de ellos, en efecto, no supiera nada.
Llegué a la conclusión de que la cuestión fundamental no es: ¿sabían o no sabían?, sino: ¿es inocente el hombre cuando no sabe?, ¿un idiota que ocupa el trono está libre de toda culpa sólo por ser idiota?
Supongamos que un psicoanalista que a comienzos de los años noventa que trato de curar a un paciente con úlcera péptica fue engañado por los psicoanalistas más destacados de su país. Le dijeron que era una enfermedad psicosomática. Pero ¿cómo es posible que hoy, cuando sabemos ya que las úlceras pépticas son causadas por H. pylori y le dieron el premio Novel a Barry Marshall precisamente por este descubrimiento, ese mismo psicoanalista defienda la limpieza de su alma y se dé golpes de pecho ? ¡Mi conciencia está limpia, no sabía, creía de buena fe! ¡Leí el libro de los Bleichmar! ¿No reside precisamente su irremediable culpa en ese «¡no sabía!, ¡creía de buena fe!»?
Y fue entonces cuando recordé la historia de Edipo: Edipo no sabía que dormía con su propia madre y, sin embargo, cuando comprendió de qué se trataba, no se sintió inocente. Fue incapaz de soportar la visión de lo que había causado con su desconocimiento, se perforó los ojos y se marchó de Tebas ciego.
Entonces, el autor de este post oía los gritos de todos los psicoanalistas que defendían su limpieza interior y se decía: Por culpa de su desconocimiento la gente ha terminado en la cárcel (memorias recuperadas), disciplinas enteras han sido consumidas por el anti-empiricismo, gente a muerto por sus úlceras no tratratas, ¿y ustedes gritan que se sienten inocentes? ¿Cómo son capaces de seguir presenciándolo? ¿Cómo es que no se sienten aterrados? ¿No tienen ojos para ver? ¡Si tuvieran ojos, deberían arrancárselos y marcharse de Tebas!
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