lunes, noviembre 13, 2006

Francisco Perez Abellan : El asesino de la baraja


Alfredo Galán Portillo.

En el año 2003, de enero a marzo, uno o más individuos pertrechados con una pistola Tokarev –arma de dotación del Ejército Rojo– que vino de contrabando desde Bosnia cometieron varios asesinatos en Madrid y sus alrededores, provocando una situación parecida a la de Boston cuando lo de El Estrangulador. El primer crimen, que tuvo por víctima a un portero de la calle Alonso Cano, fue "esotérico", según la policía, aunque nunca se ha aclarado por qué.

A partir de la segunda muerte, la un trabajador de la limpieza (recibió un disparo en la parada de autobús del barrio de Alameda de Osuna, junto al aeropuerto de Barajas), el criminal recibió el nombre de Asesino de la Baraja. El motivo: se halló un naipe junto al cadáver. Un as de copas. El asunto se parecía al del francotirador de Washington, a quien se denominó El asesino del Tarot porque dejó una carta de este juego. No obstante, recordemos que los criminales eran dos, que disparaban sobre clientes de gasolineras.

El tercer crimen tuvo lugar sólo doce horas después del segundo; poco tiempo para recuperarse del trabajo de matar. El asesinato causa, tras una especie de éxtasis, un gran cansancio, como el que sucede a una batalla sentimental o a un gran esfuerzo físico. Por eso los "asesinos en serie" suelen espaciar sus crímenes. El Asesino de la Baraja, sin dejar naipe esta vez, perpetró una increíble matanza, con dos muertos y un herido grave, en el bar Rojas de Alcalá de Henares. Disparó contra el camarero –un tiro en la frente–, contra una señora que llamaba por teléfono –un tiro en el ojo– y contra la dueña del bar y madre del primero. Recibió tres balazos y quedó malherida, pero logró salvarse.

Muchos días después atacó a un apareja de ecuatorianos en Tres Cantos: disparó al chico –estudiante– en plena cara, aunque afortunadamente sin provocarle la muerte, y apuntó a la joven; llegó a dispararla, pero la pistola quedó encasquillada. A pesar de que no logró su propósito, dejó caer otra carta: el dos de copas.

El último acto del asesino fue el ataque a una pareja de inmigrantes rumanos; los mató con certeros disparos y firmó su hazaña con el tres y el cuatro de copas. La investigación contemplaba diversas hipótesis, incluida la posibilidad de que hubiera una competencia o reto criminal entre individuos, que se pasarían la pistola Tokarev –no ha sido encontrada–, que tendrían por objetivo crear un clima de terror entre la ciudadanía.

Pasaban las semanas y no se hallaba un culpable. De hecho, para todos fue una gran sorpresa que, de repente, un joven de entonces 26 años: Alfredo Galán Portillo, ex militar –con misiones en Bosnia y en Galicia (chapapote)–, ex vigilante de seguridad, que está siendo juzgado como presunto responsable de seis asesinatos y otros tres en grado de tentativa, se presentara voluntariamente bajo una fuerte intoxicación etílica y se confesase autor. De resultar condenado sería el primer asesino en serie juzgado como tal por un tribunal español.

Las pruebas que inculpan a Alfredo Galán son de gran peso, puesto que indicó a los policías –que al principio no le creyeron– datos que muy pocos conocían, como que marcaba las cartas con un punto azul, de rotulador, en el envés. También se encontró una bala percutida en un jarrón de su casa, en la localidad de Puertollano (Castilla-La Mancha), que según balística coincide con las disparadas en los crímenes. Esa bala ahora le apunta directamente a la cabeza.

Sin embargo, hay dudas de que actuara solo, incluso de que fuera el único Asesino de la Baraja. Para empezar, hay dos "retratos-robot" diferentes: uno de cara redonda y pelo lacio; el otro de cara alargada y pelo al cepillo, con gafas de sol. Dos retratos podrían indicar criminales distintos, pero es que incluso podría determinarse un asesino nocturno y otro diurno, uno que es certero con sus disparos y otro que falla, uno que deja cartas en su huida y otro que no. Ha habido testigos que reconocen a personas diferentes como posibles autores. En cualquier caso, será el tribunal quien decida si Alfredo cometió los crímenes, y si lo hizo solo o en compañía de otros.
Lo verdaderamente misterioso son las razones que da el inculpado para explicar sus actos. Dice que mataba para saber qué se siente, y que comprobó que no sentía otra cosa que indiferencia. También afirma que elegía las víctimas al azar, que le daba igual matar a uno que a otro.

Debemos aplicar aquí la norma de no creer nunca al presunto asesino. De toda la verborrea con que trata de justificarse, lo único que no cuesta trabajo creer es que estaba tumbado en el sofá viendo la televisión y que de pronto le entraban unas enormes ganas de matar. Es casi lo único comprensible. Lo otro hay que ponerlo en cuarentena.

Desde luego, las víctimas no eran elegidas al azar, sino entre los más vulnerables; con un perfil definido: porteros, empleados de limpieza, estudiantes, camareros, preferiblemente inmigrantes... Incluso puede decirse que todas las víctimas tenían algo que ver con extranjeros de vida humilde, aunque sólo fuera cierto parecido físico o la forma de vestir. Por tanto, es más creíble que los asesinatos respondan a un plan, con el afán de crear temor en la gente de a pie, y que formaran parte de un proyecto, fracasado, de horror y muerte, en el que podría haber otros implicados. En cualquier caso, los crímenes habían cesado antes de que fuera detenido Galán. Recordemos que dijo que se entregaba harto de que la policía no diera con él.

El arma del crimen no fue encontrada donde afirmó que la había tirado, pese a que los agentes se pasaron el verano buceando en la basura. Las hipótesis de trabajo quedaron paralizadas.

Probablemente no se ha encontrado el auténtico móvil. Aunque puede afirmarse sin temor a error que nadie mata por lo que dice Galán, si todo lo hizo él no ha dado los verdaderos motivos. Por cierto, otro misterio preocupante: ¿volverá a matar la pistola Tokarev?

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